ORÍGENES (185-254).
Nacido en Alejandría y discípulo de San Clemente, este Padre de la Iglesia, hombre de gran sabiduría dedicado a los estudios teológicos, escribió Contra Celso, libro en que combate la obra anticristiana de un filósofo platónico llamado Celso. El texto aquí trascrito resulta curiosísimo y de notable modernidad. Disiente de la concepción maravillosa e inteligente atribuida a las hormigas, que serían guiadas antes bien por el instinto. Una de las primeras discusiones en torno al “problema del alma de los brutos”.

  


Contra Celso

81. La vida social de algunos animales

Mas este ilustre señor no se percata de que destruye, en cuanto de él depende, doctrinas provechosas de muchos filósofos que admiten la providencia y sientan que todo lo hace por razón de los seres racionales, juntamente con la armonía que en este punto tienen con ellas los cristianos; ni ve tampoco qué gran daño y obstáculo resulta para la piedad admitir la tesis de que, para Dios, no hay diferencia alguna entre hormigas, abejas y hombres. De ahí que diga: “Mas si parece que los hombres se distinguen de los animales porque edificaron ciudades y establecen una constitución política, autoridades y mando supremo, eso no prueba nada, pues lo mismo hacen las hormigas y abejas. Así, las abejas tienen una reina, con su séquito y servidumbre, y entre ellas hay guerras y victorias, y se mata a los vencidos; hay ciudades, y hasta suburbios o arrabales, y relevo en el trabajo y procesos contra los holgazanes y malos; por lo menos expulsan y castigan a los zánganos”. Tampoco aquí vio Celso la diferencia que va de lo que se ejecuta por razón y cálculo y lo que procede de la naturaleza irracional y de la mera habilidad del instinto. La causa de esas obras no es una razón inherente a los que las hacen, puesto que no tienen razón alguna, sino que el eterno Hijo de Dios y rey de cuanto existe creó una naturaleza irracional o instinto para ayuda, irracional, de los seres que no han sido dotados de razón.

Ahora bien, ciudades sólo han existido entre los hombres con sus muchas artes y ordenaciones legales; en cuanto a constituciones políticas, autoridades y mandos supremos, o son las que así se llaman propiamente, ciertas disposiciones y operaciones virtuosas, o las que, abusivamente, se denominan así por imitar, en lo posible, aquéllas; a ellas, efectivamente, miraron los excelentes legisladores al establecer las mejores constituciones políticas, autoridades y mandos supremos. Nada semejante cabe hallar entre los irracionales, por más que Celso traslade a hormigas y abejas nombres que indican razón y puestos a cosas racionales, como son los de ciudad, constituciones políticas, autoridades y mandos supremos. Por todo lo cual no hay para qué alabar a las hormigas o abejas, pues no obran por razón; de admirar es, en cambio, la naturaleza divina que extiende a los irracionales una como imitación de lo racional. Acaso para confundir a los racionales, que, al contemplar las hormigas, se volverán más trabajadores y más dados a almacenar lo que pueda serles de provecho; y al considerar las abejas, obedecerán al que manda y dividirán el trabajo útil a la constitución política para salud de las ciudades.


82. Prosigue el tema de las abejas

Tal vez también esa especie de guerras que se dan entre las abejas sea una lección de cómo hayan de hacerse las guerras justas y ordenadas si alguna vez han de hacerse entre los hombres. En cuanto a ciudades y arrabales, no existen entre las abejas, sino colmenas y sus celdas hexagonales, y el relevo en el trabajo, todo por razón de los hombres que emplean la miel para muchas cosas, para curación de cuerpos enfermos y para alimento puro. Tampoco debe compararse lo que las abejas hacen contra los zánganos con los juicios contra holgazanes y malvados en las ciudades, ni con los castigos que se les imponen; como antes dije (IV 81), debemos más bien admirar en estas cosas a la naturaleza `, y también al hombre, que es capaz de reflexionar sobre todo y ordenarlo todo, como auxiliar de la providencia; y no sólo lleva a cabo las obras de la providencia de Dios, sino también las de su propia providencia.


83. La hormiga compasiva

Ya que ha hablado Celso de las abejas con el fin de vilipendiar no sólo entre cristianos, sino entre todos los hombres, las ciudades y constituciones políticas, las autoridades y mandos supremos y las guerras hechas por la patria, añade ahora el elogio de las hormigas. Su intento con este elogio es rebajar el cuidado del hombre por su comida, y, con su razonamiento sobre las hormigas, desacreditar la previsión del invierno, por no tener nada que supere la previsión irracional de las hormigas en lo que él se imagina verla. Dice Celso sobre las hormigas que, “cuando ven una compañera cansada, se quitan unas a otras la carga”. Ahora bien, ¿no pudiera con esto desviar, por lo menos en cuanto de él depende, a algún hombre sencillo, de los que no son capaces de penetrar la naturaleza de todas las cosas, de los que ven agobiados por la carga, y de tomar parte de sus fatigas? Alguno, en efecto, que necesite la instrucción de la palabra divina y que no la entiende en absoluto, podrá decir: “Si, pues, en nada nos distinguimos de las hormigas, ni siquiera cuando ayudamos a los cansados de llevar pesos muy graves, ¿a qué hacemos en vano cosa semejante?” Las hormigas, desde luego, como irracionales que son, no hay peligro de que se ensoberbezcan por comparar sus obras con las de los hombres; los hombres, empero, que, por su razón, son capaces de oír de qué manera se vilipendia su amor a los demás, sí que pueden recibir de suyo daño de Celso y de sus palabras. Y es que no vio, en su afán de apartar del cristianismo a los que leyeran su libro, que aparta también a los no cristianos de la compasión para los que gimen bajo las más graves cargas. Su deber era, empero, si era filósofo, que sintiera el amor a sus semejantes, no destruir, a par del cristianismo, las doctrinas provechosas a los hombres, sino favorecer, en lo posible, aquellas bellas cosas que el cristianismo comparte con el resto de los hombres.

Y en cuanto a que las hormigas atacan a los gérmenes de los frutos que recogen para que no germinen, sino les duren para comer todo el año, el hecho no ha de atribuirse a una razón que se diera en ellas, sino a la naturaleza, madre universal (CLEM. ALEX., Paid. II 85,3), que de tal manera adornó a los irracionales que no dejó ni al más pequeño sin alguna huella de la razón natural. A no ser que Celso (que gusta de platonizar en muchos puntos) no quiera dar solapadamente a entender que toda alma es de la misma forma (PLAT., Tim. 60cd; cf. supra IV 52) y que el alma del hombre no difiere en nada de la de hormigas y abejas; teoría de quien hace bajar el alma de la bóveda del cielo para entrar no sólo en un cuerpo humano, sino en cualquier otro cuerpo (PLAT., Phaidr. 246b-247b). Los cristianos no aceptarán nada de eso, pues de antemano han comprendido que el alma humana fue creada a imagen de Dios, y ven ser imposible que la naturaleza, creada a imagen de Dios, pierda de todo punto la marca que lleva y tome otra, no sabemos a imagen de qué animales irracionales.


84. Las hormigas, ¿seres racionales?

Dice además que “a las hormigas muertas les destinan las vivas un lugar aparte, y éste hace para ellas de sepulcro familiar”. A lo cual hay que decir que cuanto más alto elogio haga de los animales irracionales, tanto más exalta (aun sin quererlo) la obra del Verbo, que lo ordena todo. Y no menos muestra la industria del hombre qué sabe vencer por su razón hasta las ventajas de los animales irracionales. Mas ¿a qué hablar de irracionales, cuando a Celso no le parecen ser siquiera irracionales los que, según las nociones comunes a todos, así se llaman? Por lo menos no opina que las hormigas sean irracionales ese que nos anunció iba a hablarnos de toda la naturaleza (IV 73) y alardea de la verdad en el título mismo de su libro. Dice, en efecto, de las hormigas, como si tuvieran diálogos entre sí, lo siguiente: “Además, cuando se encuentran unas con otras, traban conversación entre sí, por lo que no yerran los caminos. De donde se sigue que poseen una razón perfecta y nociones comunes de ciertas cosas universales y voz para expresar lo que les pasa”. El conversar uno con otro se hace por medio de la voz, que expresa algún pensamiento, y muchas veces cuenta lo que se llaman casos fortuitos; ahora, atribuir cosa igual a las hormigas, ¿no será el colmo de lo ridículo?


85. Hombres y hormigas, mirados desde el cielo

Y, para que lo indecoroso de sus doctrinas quede también patente a los por venir, no tiene pudor de añadir a todo eso lo que sigue: “Ea, pues, si uno mirara desde el cielo a la tierra, ¿en qué le parecería diferente lo que hacemos nosotros y lo que hacen hormigas y abejas?”. El que, en esta hipótesis, mirara del cielo a la tierra contemplando las obras de los hombres y lo que hacen las hormigas, ¿no es así que verá los cuerpos de hombres y hormigas, pero no tendrá en cuenta la mente racional, que se mueve por el discurso, de un lado, y la mente irracional, de otro, movida sólo, irracionalmente, por impulso e imaginación, acompañada de cierta natural habilidad efectiva? Pero es absurdo que quien mirara lo que se hace en la tierra quisiera contemplar desde pareja distancia los cuerpos de hombres y hormigas, y no le interesara mucho más ver las distintas naturalezas de las mentes y discernir si la fuente de los impulsos es racional o irracional. Porque una vez vista esa fuente de todos los impulsos, se le aparecería evidente la diferencia y excelencia del hombre, no sólo sobre las hormigas, sino sobre los mismos elefantes. Efectivamente, por muy grandes que sean sus cuerpos, no vería otro principio sino (digámoslo así) el de la irracionalidad; en los racionales, empero, vería la razón, que es común al hombre con los seres celestes y divinos y acaso con el mismo Dios supremo, a cuya imagen se dice haber sido creado (Gen 1,26s), pues la imagen del Dios supremo es el Logos o razón (Col 1,15; 2 Cor 4,4).